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La casa del odio

Su caminar era lento como quién no quiere llegar nunca a su final,
Tocó a la trágica puerta vencida por aquella humedad maligna,
Apareció aquel viejo quién lo azotaba cuándo conocía su cuerpo.
Frágil ya no era, criado por la intolerancia y el odio era su herencia.

Mientras penetraba a aquella figura octagenaria podía sentir como llegaba,
Aquél olor era de un agradable amigo cómplice del gato de nueve colas,
Como iba reconociendo aquellos aparatos sentía que la sangre se le terminaba
Permaneció aún en pie, buscó dónde sentarse hasta reponerse de las nauseas.

Se escucha un gemido en un cuarto, un fuetazo en otro y la llegada o,
La venida de Salvador al final del pasillo, sabía que ya no era el orfanato,
Lo sabía porque ya no se percibía el dolor sino el placer en el ambiente,
Sería así que se transportaría a un delirio tremendamente inenarrable.

Pronto despejo aquellos recuerdos, renació dónde murió alguna vez,
Quizá encontraría por fin la paz dónde fue golpeado por no querer rezar,
Tenía una fe diferente, una fe que ya nunca más sería masturbada ahí,
Dejando a los viejos atrás y a su fe muerta, solitario abandono la casona.

Goyette Dos Gallos.

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Sueño nocturno

Eres el deseo que nace del sueño nocturno,
Inconforme a tu naturaleza salvaje y desorientada,
Conoces el hambre que tengo de ti que es el oscuro placer,
De venas negras que llevan al inevitable final de sus pechos.

Ahogado en medio del mar de su sangre levanta su voz,
Acallado por el golpe de sus intestinos y saturado de sal,
Regresa con paso bestial buscando el descanso de sus piernas,
Llevado hasta el límite de su fluido vital se drena en un instante.

Su cuerpo yace a un lado del camino, es la hora del perdón,
Ya es la hora del adiós, se pierde en el campo de batalla,
Sabe que perderá, y que su cuerpo será irreconocible,
Pero sigue ahí, dado a la locura de esa rebeldía innata.

Su amor que vive durante las primeras horas del nuevo día,
Paciente y tranquilo a su destino que lo mantiene tan alejado,
Tan escondido, tan ignoto de aquella hermosa criatura del oriente,
Así sigue soñando y despertando por no poder estar con ella.


Goyette Dos Gallos.

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Libro del cincuenta

Búscame una razón para la existencia de mis labios,
Siento que es inevitable su roce con el asfalto,
Acostumbrados al sabor que da el vinagre,
Hazlo y pronto, porque se tornan morados.

Te espero ya que estoy harto de caminar,
Perturbado por tu mirada no puedo más que meditar,
¿Quietud? No la hay, ¿soledad? Tal vez.
¿Amargura? Seguramente no.

Agazapado tras el brandy incondicional de sus muslos,
Con vuelta a las victorias de antaño, memoria perdida,
Destino conocido y tormentoso de aquellas plazuelas inmundas,
Harto de las flores y de su belleza busco quién las supla.

Ratos de espera y desesperación, subida inclinada de una pasión,
Espinas que entran hondo en su pensamiento y suprimen el amor,
¿Entrega? Todo y nada, ¿Generación? La tuya.
Libro del cincuenta olvidado y revendido al peor postor.

Goyette Dos Gallos.

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Mi provincia bastarda

Fuerte y acalambrada esta mi entrepierna,
el goce de aquella figura buscando la gota salada,
te invita a desterrar a tan añejas pinturas,
la noche cae inevitablemente como todo imperio.

Y mientras sentado en aquella banca de cemento,
contemplo la seguridad que es fundada por el miedo,
limpias en la madrugada del vómito de hace unos cuántos minutos,
Soberbias lamentaciones tras la celda de la semana anterior.

Tolerancia para algunos,
brandy para otros,
y un señor tirado en el prado,
Oliendo a tabaco y a bebida fermentada.

Así es la provincia llena de gestas y traiciones,
una envidia de las muertas,
bien lo sabe Ibargüengoitia,
que cada amanecer toca siniestramente a cuévano.

Vienes a tocar el frío de una plaza,
ignota a tu naturaleza pervertida por la costumbre.
muñecas de trapo con olor a aguardiente,
Vendiéndose en los portales de herencia bastarda.

Déjame seguir leyendo textos de otros tiempos,
junto a una taza de olor de otras tierras,
más o menos pervertidas no lo sé,
Bésame ahora mientras hay calor en mí.

Goyette Dos Gallos.